lunes, 7 de marzo de 2016

Experimento: tomar alimentos (solo) de temporada

Un mar de plástco
Todos somos más o menos conscientes de que hoy en día podemos comprar durante todo el año productos frescos que en realidad deberían ser exclusivos de una determinada temporada. Sabemos o intuimos que para producirlos se fuerzan de manera artificial los tiempos de desarrollo y las necesidades ambientales. Y que además de forma habitual estos alimentos son importados de países que están a enormes distancias para dar respuesta a una demanda cada vez mayor. Y no solo hablamos de casos exagerados como que haya tomates o berenjenas en invierno, sino que se adelanten o retrasen varios meses las temporadas productivas, o que hayamos perdido la capacidad de saber cúal es la época "normal" de cada hortaliza.

Verduras de verano en febrero
Piñas, melones, tomates,... ¡¿en marzo?!
Teniendo esto en la cabeza, y quizá como parte de mi progresiva toma de conciencia sobre mis hábitos de alimentación y consumo, hace unos meses decidí hacer la prueba de (intentar) consumir solo productos de temporada. Y ver que pasaba.

Cómo quería adaptarme al calendario de siembra y a las variedades vegetales de la zona en la que vivo, uno de los objetivos que me marqué fue comprar a productores locales. Y aquí fue cuando di con el primer problema: lo complicado que es encontrar tiendas que dispongan de verduras propias o de agricultores locales.  Incluso la mayor parte de puestos de los mercados comprobé que se abastecen a su vez de un mercado central que ejerce como importador y mayorista.

Me llevó tiempo pero una vez que encontré un par de tiendas donde hacer la compra de verduras, la siguiente cosa de la que me di cuenta fue que a las pocas semanas de "experimento" estaba harto de comer siempre lo mismo.
Y es que sobre todo en invierno, las verduras de temporada que podemos encontrar en las fruterías son más bien escasas. Porque tanta col, brócoli y demás familia acaban por cansar al más entusiasta.
Pero dándole vueltas a qué comer me di cuenta de que si tenía mi propio huerto podía cultivar un montón de cosas que normalmente no se encuentran en las tiendas. Incluso limitado a plantar en macetas podría tener otras opciones menos típicas, como borrajas, cardos, canónigos, rúcula, acelgas, mizuna, algunas variedades de espinacas, ruibarbo, algunas lechugas de invierno,... Si además le sumaba las verduras de larga conservación como cebollas, ajos o calabazas, y todas las conservas de primavera-verano pues el panorama sería muy diferente. Y esto aquí, con inviernos secos, largos y muy fríos, porque en zonas templadas como la franja mediterránea lo tienen aún mejor al poder alargar las temporadas gracias al clima más suave.

Al final este año (casi) no me ha dado tiempo a comer mis propias verduras invernales pero si que he podido disfrutar de algunas de las que mencionaba antes, gracias a unos amigos que tienen una huerta a las afueras de la ciudad y que me abastecían. La pena es que me he dado cuenta de que sin tener un huerto propio (el 99% de la población) comer solo productos de temporada es realmente complicado, al menos en invierno.

Pero en conjunto la experiencia me ha dado muchas más cosas positivas, como a disfrutar de la novedad que supone cada cultivo que va llegando, a buscar alternativas y descubrir variedades que no conocía, otras formas de preparar los alimentos, a querer hacer conservas,... y en general a ser más consciente de muchos de los hábitos que tengo sobre la alimentación.

Animaos y probad!!



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